RECORRER CAMINOS


Miro a través de mi ventana y me detengo al observar a esa gente que camina lentamente. Me siento frente al escritorio. En mi deseo se impone la vocación que me arrastra a dar forma a esa mezcla de sensaciones y sentimientos, que fueron el resultado de cientos de vivencias complejas, construidas  en el seno de las vidas de aquellos que anteayer, o siempre han pasado por nuestro lado dejando huella de su época. En un intento de acercarme a esos personajes reales, construyo sus vidas influida por la sencillez, aquella que no volveremos a poseer.
En esta ocasión el ansia consigue enturbiar emociones, dejando en el olvido el sonido del gallo al amanecer, que nos hacía girarnos entre las sabanas. Me doy cuenta que se nos escapó aquella frescura de otros tiempos.
Cada amanecer nos enfrentamos a una lucha por unos ideales que apenas conseguimos descifrar, nos arriesgamos a perseguir un éxito que apenas podremos alcanzar. Sin embargo lo relatado, puede dejarnos ver esa similitud de nuestra vida con aquello que se vivió en otro tiempo, y ese parecido sólo proviene de la vida misma.
Como tantas veces me encuentro a solas en mi habitación. Un pequeño rincón donde puedo reunir con cierta comodidad, las experiencias de los protagonistas de mis historias, con los libros y cuartillas que se apilan por todos lados. Descifrar el porqué unas cuartillas en blanco, poseen el atractivo seductor para una mente incansable, es como pretender adivinar la esencia de una vida donde la monotonía se instala como consecuencia de la resignación.
Mi mente se encuentra repleta de la tristeza propia de quien aspira alcanzar el sueño de lo novedoso; historias, artículos... como si el emborronar estos papeles en blanco fuese ese aliento que necesita un espíritu insaciable.
Sentada frente al escritorio, pienso en el punto de partida que me lleva hasta las figuras reales de mis personajes. En silencio, me doy cuenta que todos ellos, no son más que el resultado de sus propias existencias. Suspiro profundamente, y creo alcanzar un pasado que  me lleva a las raíces que se esconden en cualquier pueblo, en su gente. Me dejo arrastrar hasta esos días del ayer, donde las campanas de la iglesia llenaban las calles del pueblo, dejando en el vaho de la memoria a nuestras madres rezando el rosario ante la Inmaculada o la Virgen del Carmen; a las calles empedradas, donde los niños corren detrás de un gato al que quieren dar caza y que se escabulle entre las rejas de los grandes ventanales y los tejados a dos aguas de las casas. Por fin alcanzo ese pasado donde los jóvenes con un cartucho de pipas en la mano, recorren cada palmo de sus días entre sonrisas y el movimiento sedoso de las palmeras que a la orilla de la playa hace más llevadero el calor; me aproximo a esas tiendas pequeñas y oscuras, donde todo se vende al peso, por no existir los envases con código de barras.
La pesadez de un suspiro me deja ante el mar donde las figuras de mujeres se confunden en mi mente con otras leyendas, sirviendo de soporte para una narración poética, que las traslade a través de los tiempos. Y los barcos de gruesa madera con olor a salitre que navegaron entre la placidez y la nostalgia; y los pescadores que con sus redes forman extrañas telas de araña, que sirven para extraer un fruto preciado y precioso de las profundidades; y me acerco a esas montañas donde no existen semillas, ni otra visión de la naturaleza que el color y el producto, la sal; el lago es su fuente de vida y unido a él, la mar, entre ambos ese cordón umbilical que es el acequión, por donde corre como la sabia en el interior de las plantas, un agua a la que pacientemente sustraerán su esencia .
Miro de nuevo a través de la ventana que esta frente a mi; en el exterior las mismas gentes caminan repitiendo los mismos gestos con distinto aspecto. Anteriormente fueron otros los que caminaron, rieron, y hablaron; eran personas con apariencias semejante, llevando vidas parecidas. A mi alrededor el sonido rítmico del reloj, incansable, repite una y cien veces su camino en la esfera. Yo dejo mi mente vacía de aquellos pensamientos que me llevan a un sentimiento melancólico y de resignación. Pasa inexorablemente el tiempo. Observo las hojas en blanco que me incitan a derramar sobre ellas, las imágenes que corretean a mi alrededor. Sonrío mientras pienso:
¿Y si pudiera cambiar esa pesada resignación que atenaza  a cuantos caminan con la cabeza gacha?
¿Y si atrapara esos días de la infancia como el que atrapa mariposas?
¿O alcanzara a caminar por las plazas enladrilladas donde se escucha la voz del fotógrafo que desea plasmar la imagen de los niños o de las parejas que pasean despreocupadamente?
¿Y si llegara hasta los carpinteros de ribera – esos marinos en tierra- que golpean con sus mazos el esqueleto de los barcos?
¿Cómo sería bordear la orilla de esa mar donde las pisadas son borradas por las olas que juguetonas, se acercaban para formar insinuantes figuras entre la espuma y la arena?
¿Y si atrapara el sabor dulcemente amargo de ese oscuro liquido que era el agua de cebada, que en los calurosos días de verano aplacaba la sed de niños y mayores? 
¿Y si llegar hasta las tardes donde la compañía de Carmen, de Juana, de Concha a la sombra de las casas se contaban mil secretos?
¿Y aquellos días de primavera con aroma a naranjos que procedente de la cercana huerta, nos recordaba nuestra unión con la tierra?
¿Y rescatar de la memoria los domingos al salir de misa?
¿Y las partidas de cartas en el casino?
¿Y el olor sabroso a pan recién hecho?


Miro de nuevo mi mesa y allí se encuentra las cuartillas con su blanco insultante. El silencio entre ellas y yo es roto por el sonido que procede de la calle. Siento la necesidad de entablar una comunicación, de alcanzar esos momentos dejados en el recuerdo. No se trata de una nostalgia trasnochada. Ni se trata del tedio ante una realidad que indiferente camina sin apenas rozarme. Es el deseo de dar formar a unas imágenes que incansablemente caminan por la imaginación. ¿Se puede volver a sentir sin que las emociones nos enturbien los sentidos, y el vivir diario nos apague la sencillez de cuando fuimos niños, el  sonido de las campanas, los golpes del martillo del calafate, los maullidos de los gatos, que tiempo a tras escuchábamos?  Tal vez sí, nuestras vidas, al igual que la de tantos grandes hombres y héroes, esta provista de esa lucha inalcanzable  donde los ideales apenas podemos ver realizados... Yo deseo aproximarme a esas vidas donde los instantes más melancólicos y dolorosos, son el reflejo y el símbolo de nuestra propia existencia. Sin más equipaje que una cuartillas, me voy a recorrer esos caminos por donde anduvieron antes que yo, los hombres y mujeres de esta tierra.  
Querido amigo lector: Tener una pluma en la mano, frente a un papel en blanco; es poseer el gobierno de cuantas vidas surgen como soporte de las historias, poseyendo el destino de sus trasnochadas vidas. Después de todo, este es el inquietante atractivo al que se condena el escritor, como juez y reo, dictando su sentencia para la eternidad.  
Espero que disculpes mi atrevimiento como aprendiza de escritora, que en esos instante de vanidad, quiere llegar a alcanzar el deseo de saberlo todo, pero veo con tristeza que apenas he escrito nada, y mis conocimientos son realmente escasos.


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