ATRAPADO POR LA MAR
Apenas puede
sentir los brazos, aunque precisamente ellos lo mantienen con vida y a flote.
En realidad todo su cuerpo es una pesada carga que como un ancla lo intenta
llevar sin remedio a las profundidades. Le resulta incómodo, molesto, se ha transformado en un objeto ajeno a él, en
contra de él. En cuanto a su mente, difícilmente la puede controlar, aunque,
comienza a recordar. Sus pensamientos son una sucesión de imágenes que van y
vienen como las olas que lo golpean. Cree ver ante él su pequeña casa a las
afueras del pueblo. Sin esperarlo María su mujer surge en medio de una neblina.
Nota el contacto de su mano y el aroma de su piel. Y de pronto todo se
confunde. Se mezclan esas imágenes con la de la tormenta en mitad de la noche. Los
golpes de mar son cada vez más fuerte, la mar que enloquece, los hombres sacan
presurosos el agua de la sentina de proa y él, intenta ayudar a un compañero en
cubierta. Allí en mitad de ese caos, de nuevo las figuras de sus hijos
corriendo por la playa, junto a los barcos de pesca. Y María con ellos. Todo es
confuso. Una vez más la oscuridad de la noche y la visión de las olas que
invaden la embarcación. Se escucha los gritos de sus compañeros y siente un
fuerte golpe en la cabeza. Todo quedó en silencio. A su alrededor, la
oscuridad.
Ahora lo
recuerda. Durante unos segundos sintió que flotaba, estaba suspendido en la
nada. Era la ingravidez total, una extraña paz lo envolvía. De pronto notó que
le faltaba algo. Deseaba, necesita aire. Sus pulmones parecía que iban a
estallar. Se agitó con la poca fuerza que le quedaba. Comenzó a moverse con
rapidez. Todo su cuerpo fue presa de un solo deseo, salir a la superficie. En
ese instante la voz de su mujer lo llamó. No, no era ella. La voz del patrón
gritaba en mitad de la oscuridad: ¡hombre al agua!
Era noche
cerrada y se hace difícil que lo vieran. Pedro fue arrastrado por las enormes
olas alejándolo más y más del pesquero. No podía nadar, sus brazos se resistían
y apenas podía respirar. Las grandes olas lo cubrieron una y otra vez. De
pronto, notó que algo le golpeo en el costado, era una madera, quizás del barco,
tal vez de otra embarcación. Sin pensarlo consiguió asirse a ella. A pesar de
la tormenta y las olas, se sintió a salvo. Pero tenía que pensar con rapidez que
hacer, necesitaba un plan, aunque…, no es posible, ahora no. Apenas le quedan
fuerzas para sujetarse. Más tarde, quizás más tarde pensará que hacer.
Se debate
entre aquellos pensamientos mientras una ola que le cubre la cara le hace volver
a la realidad. No sabe cuanto tiempo ha pasado, la débil luz del amanecer y la
mar en calma lo despiertan. Se preocupa por cada parte de su cuerpo y
comprueba que no siente dolor. En realidad todo él está entumecido. Aunque una
cosa lo martiriza: la sed. Una sed que lo atormenta. Siente que puede
enloquecer en medio de aquel mar y sin poder beber agua. Necesita sólo un trago
para quitarse el sabor salobre de su garganta, de sus labios. Nota el estomago
hinchado y sabe que eso no es bueno. Le fallan las fuerzas. No puede seguir sujeto
a la tabla en mitad del océano, nota que sus dedos resbalan sobre la madera,
que a cada instante le parece más grande, casi inalcanzable. Mientras en el
cielo un sol abrasador le golpea hiriéndole en su piel y sus ojos. Se sujeta con
las pocas fuerzas que le quedan al tablón. Teme desfallecer y quedar a merced
de las olas, o algo peor, perderse en la profundidad de aquellas aguas y morir
ahogado. Intenta sacar esos pensamientos de su cabeza y mira a su alrededor
queriendo descubrir un punto de referencia, un barco, algo que le dé la mínima
esperanza con la que luchar por su salvación. Pero a su alrededor únicamente ve
un mar en calma. Sólo puede confiar en sus brazos que son los cabos que le unen
a la vida.
No sabe
cuanto tiempo ha transcurrido, pero la posición del sol le indica que más de
diez horas desde que la tormenta lo arrojó del barco, pronto oscurecería y eso
significa que una noche más estará perdido en medio de una gran oscuridad.
Intenta sacar algo más de fuerza de su interior y de ese coraje que le hace
seguir vivo. Pero un sonido llama su atención, no, es un graznido, algo
semejante al grito de una gaviota. Levanta la cabeza y ¡sí! allí está. Es una
blanca, hermosa y resplandeciente gaviota que vuela sobre su cabeza. Jamás se
imagino que se alegraría tanto de verla. Esa es una buena señal, muy buena, sí
señor. De nuevo se incorpora con dificultad para comprobar desde donde viene su
compañera. Pero su vista no alcanza a ver más que agua a su alrededor. La
gaviota se zabulle en el mar apenas a diez metros de donde él se encuentra y
por primera vez desde la pasada noche, una débil sonrisa aparece en el rostro
de Pedro. Aunque su voz es apenas un susurro, se escucha a si mismo diciendo:
-¡Ven! ¡Ven
bonita! Estoy aquí.
La gaviota
sigue volando por unos segundos sobre Pedro que la llama como si llamara a su
perro. Levanta sus brazos perdiendo el equilibrio sobre la tabla que se aleja de
su lado. Intenta nadar hacia ella, pero el agotamiento se lo impide. La gaviota
se eleva más y más en el cielo azul, su vuelo que se asemeja a una graciosa
danza. Pedro desanimado la pierde vista, mientras cierra los ojos y se deja
llevar. Una lágrima resbala por su mejilla. Está demasiado cansado para notar
que a su espalda, el viejo pesquero, se aproxima con rapidez. Los hombres desde
la proa le gritan
- ¡Pedro!
¡Pedro ya vamos!
Él cree
escuchar a la voz de su esposa
- ¡Pedro!
¡Pedro! Estoy aquí.
