LA NEVADA
Besó a su
mujer y la estrechó entre sus brazos con si fuese la última vez que estarían
juntos.
Los separaron
a empujones sin que él pudiera dejar de mirarla. Al alejarse, sus labios se
movieron aunque las palabras se negaron a salir.
Miró a su
alrededor y vio junto a la puerta del refugio a sus tres hijos: el mayor, un
chaval de diez años, sujetaba a sus dos hermanos fuertemente contra su pecho.
Con mirada triste, observaron a su padre.
Danilo con los
ojos empapados por el polvo y las lágrimas, era arrastrado lejos de su familia.
Aquel momento quedó grabado en la mente de todos ellos como se graba las
palabras en el mármol. Ya en la calle, Danilo busco con la mirada a Rada su
mujer. En los ojos intensamente negros de ella vio un brillo de terror que Rada
intentó ocultar desde el mismo día que comenzó la guerra, cuando el sonido de
las bombas apagó el canto de la nana que canturreaba al más pequeño de sus
hijos.
Su canción se
confundió con el estallido de los morteros. Su cuerpo se encorvó hasta formar un seguro refugio y en ese cobijo
protegió a su niño. Sus abrazos sabían a paz, a leche brotando de sus pechos, a
vida y a esperanza.
Rada ante
el estruendo de la guerra, es capaz de sujetarse las lágrimas, mientras mira a
su esposo al que ofrece una débil sonrisa que Danilo conoce tan bien. Él se
quedó mirándola y recordando cuando vio por primera vez aquella misma sonrisa.
Fue en otro tiempo, quizás en otra época... quien sabe si en otro mundo. Entonces eran dos jóvenes en
un mundo apacible. Tenían el futuro para ellos.
Un buen
día, caminado por el campus de la universidad Danilo quedó sobrecogido por la
belleza que ofrecía el rostro de aquella joven con la que se cruzó. Ahora lo
sabía, esa misma sonrisa los unió para siempre. Entre él y Rada hubo algo
semejante a una conmoción el día que coincidieron en la universidad de
Sarajevo. La palabra amor adquirió un significado especial. Amor en forma de
mirada, amor al rozar su piel, al sentir el olor que Rada desprendía. Para
Danilo, aquella joven era la mujer con la que había soñado.
Se casaron
una tarde de verano, la alegría reinaba por cualquier rincón, estaban decididos
a compartir todo su mundo. Pese a la oposición de sus padres siguieron juntos,
y juntos construyeron un sólido hogar. Cada ladrillo, cada mueble parecía tener
un diseño mágico... durante ese tiempo el pan, el arroz o el vino, que les
alimentaba, les sabía a comida de príncipes. La felicidad, hacía que Rada
sollozara como una niña ante ese sueño que para ella se había hecho realidad.
Juntos reían y bailaban como si la música les invadiera. Y al fin, sus días se
vieron completos con la llegada de sus hijos. Para Danilo y Rada la vida era
perfecta. Nada podría destruir aquel hogar. Nadie podría manchar su felicidad y
no había sonido en la tierra que pudiera acallar las risas de sus pequeños, que
como alegres melodías se extendía por toda la casa.
Muy lejos estaba la idea de perder cuanto
habían construido, sin embargo un extraño sonido se precipitaba sobre ellos. Al
principio sólo fue un ligero rumor, constante, tenaz. Un día Danilo se
sorprendió, cuando al acudir a clase, pudo ver lo que creía eran historias de
viejos. Entonces se dio cuenta. El murmullo se volvía más y más fuerte, se
podía respirar en el aire, se colaba entre las conversaciones, impregnando las
opiniones de la gente, tomando la forma del miedo. Danilo se negaba a
admitirlo, pero en su interior también crecía a manera de un organismo sin
forma que los aterrorizaba. De pronto, como si de la pisada de un gigante se tratara,
pudo escuchar en las calles cercanas como los edificios, la gente y su mundo
eran aplastados por aquel enemigo que se acercaba cada vez más rápido.
Él había
dejado de ser él mismo, ahora era Rada y a la vez sus pequeños. Danilo el
profesor, rodeado de sus alumnos comprendió que debían de escapar. No sabía
donde ir, pero era necesario salir de aquel lugar. Algunos alumnos con el
rostro lloroso le suplicaban. Otros temerosos se quedaron paralizados. Pero
todos reaccionaron a la voz de Danilo:
- ¡Volved a
casa! ¡Corred! ¡No miréis atrás, sólo corred!
Frente a
ellos apareció una masa gris que lo ocupaba todo. Era un monstruo que crecía al
amparo de la guerra, volviendo débiles e indefensos a los hombres ante los
ataques de unas poderosas máquinas. El enemigo no tenía rostro, no poseía
cuerpo, tan sólo se abalanzó sobre ellos. De nuevo Danilo pensó en su esposa y
sus pequeños.
“Era
necesario protegerlos, debía escapar de aquel infierno” y como sus alumnos
corrió. Se ocultó entre los edificios resguardándose de las balas que pasaban
rozando su cuerpo. La estruendosa pisada de las maquinas lo perseguían y Danilo
corrió más. El silbido de las bombas parecía multiplicarse, los edificios se
derrumbaban como castillos de naipes, hasta que al fin logró llegar a su hogar.
Al abrir la puerta quedó paralizado. En
un rincón del salón sus hijos y su esposa estaban paralizados por el miedo que
en sus rostros era una grotesca mascara. Los niños se apretaban alrededor de su
madre preguntándole qué era lo que ocurría, a qué se debían los estallidos que
hacían retumbar el suelo provocándoles el llanto. Danilo comprendió entonces
que todo podía acabar allí. Su vida, el amor por su esposa, la felicidad de sus
hijos. Ellos no eran sino débiles argumentos para detener el ataque de aquellas
máquinas. Sin pensarlo más, los sacó corriendo de su hogar. Tenían que
ocultarse, necesitaban un refugio que les protegiera de aquel horror. Y de
pronto se hizo el silencio.
Las balas
dejaron de sonar, los niños miraban angustiados a sus padres, pero Danilo les
obligó a seguir corriendo. Sin avisar, de nuevo el silbido de los proyectiles
rozaron sus cabezas. El terrible puño armado volvió a golpear con más fiereza.
En la mente
Rada una pregunta: ¿porqué? La respuesta era más dolorosa que el estallido de
los mísiles: Sólo se trataba del rechazo... rechazo a una comunidad, a una
conducta, quizás a una religión.
Mientras tanto atrás quedaba el hogar en el que cada objeto
guardaba un significado especial. Los recuerdos de Rada y Danilo quedaron esparcidos
por el suelo, rotos, aplastados. Sus sueños fueron despedazados bajo el fragor
de los francotiradores. Las fotografías de los momentos felices fueron
cubiertas por los cascotes. Danilo cogió al pequeño entre sus brazos y ordenó a
Rada que saliera de la casa con los niños. Era necesario proteger a sus hijos. Los
recuerdos y su vida, quedaron esparcidos por el suelo.
Tras
dos días de estar ocultos en un refugio con otros hombres y mujeres, unos
soldados entraron en aquel agujero golpeando a cuantos estaban allí. Sin
preguntar apresaron a los hombres, no importaba quienes eran, la identidad
carecía de interés ya que estaban marcados por su condición religiosa y debían
ser conducidos a una de las cárceles de la ciudad. Ante la mirada de Rada y de los
niños se llevaron a Danilo a golpes, no sin antes, lograr acariciar el rostro
de su esposa, susurrándole:
-¡No
llores mi amor! ¡Por favor no llores!
En la
mirada de Danilo se podía ver el amor que sentía por Rada. Fue un instante,
pero entre ellos hubo algo semejante a un estremecimiento. Se cruzó un fugaz
sentimiento que hablaba de separación. Entonces supieron que aquella sería la última
vez que estarían juntos.
Antes de que los soldados lo arrastraran fueran del refugio, él miró
a sus hijos y como si cada uno de ellos fuera el único, les dijo:
- ¡Cuidar de ella!
Eran demasiados pequeños, pero sus vidas estaban repletas de
felicidad, de sensibilidad y amor. En ese instante ellos se fundieron en un
abrazo con su padre. El dolor en forma de adiós que endurece el alma se abrió
camino en sus jóvenes cuerpos. Aunque como auténticos príncipes, poseían la
inteligencia que les llevó a quedar firmes, mientras los soldados, se alejaban
con su padre. Este, al ver sus pequeñas caras pensó
“ellos poseen cuanto necesitan para seguir adelante”.
Danilo dejó de forcejear y camino erguido ante la mirada
desgarrada de su mujer mientras era conducido a un destino incierto. En ese
gesto Rada pudo ver la fuerza que acompaña a la razón, ya que nada de justo
había en ese apresamiento. En los camiones centenares de hombres se apiñaban
ante las miradas de sus mujeres. Al alejarse Danilo temblaba como un pájaro
atrapado en la red. Una vez en el camión cuando este se puso en marcha, se
derrumbó como un alcohólico, embriagado por la borrachera del desconcierto. No
comprendía nada. La agonía le oprimía la
garganta. Miró a lo lejos, la distancia entre él y los suyos crecía por
momentos. Rada con los niños se esfumaba entre el humo de las explosiones.
Danilo siempre fue un hombre sencillo, nunca supo de temas
políticos, no comprendía la guerra o porqué ahora era alejado de su familia.
Sólo subió a ese camión empujado por la bayoneta de un soldado. Él con
movimiento mecánico y rodeado por el estallido de las bombas, supo que en su
interior algo agonizaba. En mitad del caos, metido en aquel camión, vio
alejarse los minaretes que identificaban su ciudad. Observó a cuantos hombres
estaban junto a él y se dio cuenta que su amargura servía de estorbo para los
que también sentían su propia muerte.
Los días se sucedieron con rapidez. En el refugio las mujeres
lloraban la ausencia de los hombres. Durante la primera semana, Rada y sus hijos se quedaron mudos, esperando
que Danilo entrara en aquel sótano que se había convertido en su hogar y donde
vivían junto a sus vecinos. Ella a cada momento creía ver la figura de su
esposo entre la bruma de las bombas, el hombre que lo había sido todo para ella
era el único que conseguiría tranquilizarla. Se encontraba rodeada de otras
mujeres que se apiñaban en la penumbra del sótano, pero Rada sólo contaba con
el miedo y con sus tres hijos a los que intentaba proteger.
Sin ella saberlo, lejos de aquel refugio, en una cárcel mugrienta,
Danilo dejaba de ser un hombre para convertirse en un montón de pensamientos
trágicos, en un fardo dolorido. En ese tiempo, su mente lo llevaba a morir en
cientos de ocasiones provocando a ese público que con bayonetas, golpeaban sus
huesos al ritmo de las carcajadas de sus carceleros. Una y otra vez acababa en
el suelo como si fuese un fardo mugriento. Entre sacudidas, como un niño
desvalido, veía la imagen de Rada que se infectaba por el hedor que allí se
respiraba.
Los años para Danilo se confundieron con los días, y una mañana,
sin esperarlo, el brillo del sol y la brisa acarició su rostro. No era capaz de
recordar lo sucedido, pero al abrir los ojos vio que a su lado se apiñaban los
cadáveres. El vaho de la muerte lo asfixiaba cuando una brisa helada lo llevó a
buscar abrigo. Caminó entre la ruina de los brutales asesinatos: Brazos sin
cuerpos, rostros mutilados, una ciudad derruida y la nieve... el frío de la
nieve se colaba por cada pliegue de su piel envejecida a fuerza del dolor. Su
paso vacilante se asemejaba a la oscilación de un péndulo que va a detener su
movimiento. Pero de pronto vio algo entre la nieve. Todo su cuerpo se agitó
como si oyera música, y cayó frente a unas tumbas donde agonizó como el único
ser vivo en mitad de un desierto blanco. Herido por la peor de las heridas se
derrumbó frente a los nombres grabados en una piedra acarició cada letra como
si fuese la palabra de Dios. Allí tirado sobre el frío lecho amó y lloró a Rada
como si fuese la primera vez. Sus lágrimas abrieron un hueco en la nieve hasta
empapar la tierra. Su voz quedó apagada por el aire, cuando susurró los nombres
de sus hijos en forma de plegaría. Cada una de aquellas letras, dibujaba a su
esposa y a los niños. En su mente, los infantiles rostros eran semejantes al
del hijo prodigo. Danilo acarició cada una de aquellas tumbas como si fuesen
las de unos príncipes. El silencio lo persiguió hasta encontrarlo sobre la fría
nieve, allí, él estaba en oposición a los muertos. De pronto la nausea y el sufrimiento,
germinaron en su alma, deseaba morir deteniendo así el día. Obedeciendo esa
súplica, la nevada esculpió una sepultura con su cuerpo a modo de monumento.
Pero eso no fue suficiente.
Han pasado los años y Danilo sigue caminando por otras calles, por
otro pueblo que no es el suyo. Hoy su paso se asemeja al de un cómico sin
pasado ni presente. Se adentra en el escenario de un futuro que no desea, con
otros hombres a los que no entiende y con los que apenas habla, se dirige de
nuevo a un camión, lo conducen a un lugar extraño, al llegar le muestran cual
será su trabajo, mientras el amanecer lo saluda con los primeros rayos de sol,
como si él fuese ahora un príncipe.
Sus manos ásperas y agrietadas por el trabajo en la obra sujetan
con fuerza las herramientas cuando sube tambaleándose al andamio. Sin prestar
atención, se mueve por la viga como si fuese un alcohólico. Avanza con paso
lento entre los escombros, al tiempo que cree notar el golpe de una bayoneta en
su espalda. Lleva entre sus brazos un saco, e imagina que es uno de sus
pequeños. Sube a lo más alto del edificio y de nuevo se cree estar frente a
Rada y como en otro tiempo, la acaricia y la besa como si estuviera viva. Sus
ojos empapados de cemento y llanto, lo acercan a su patria, al blanco del
cielo, a la fría nevada. Las grúas se transforman en los minaretes de su
Sarajevo, mientras él sigue caminando por la edificación como si esta fuera
estable.
Allí las paredes de su hogar donde la felicidad impregnaban cada
hueco. allí se sienta a descansar mientras nota en su rostro la brisa del día,
y como si fuera un pájaro, abre sus brazos al tiempo que decide dirigirse
sonriendo hacia… la nada. En ese momento Danilo acaricia a su mujer y ante la
mirada de los extraños camina entre las viguetas en compañía de un fantasma. Confundido
con la visión de Rada se dirige al vacío con paso firme y racional. Tropieza
con el sol como un pequeño pájaro herido y cae desde lo alto derrotado.
Danilo termina su jornada en el suelo hecho un fardo desolado.
Muere obstaculizando el sábado. Exhala su último aliento mientras ve junto a él
la figura de Rada. Ella se acerca ofreciéndole esa sonrisa que el conoce tan
bien al tiempo que le da su mano. Rada y Danilo se alejan de aquel lugar como
si fueran reyes. Ambos se marchan lejos, para no interrumpir a la gente que
curiosa observan un montón de huesos sin vida.
Encarna Hernández
