En un día gris



Cuando esta mañana sonó el despertador lo primero que vieron mis ojos fue un día nublado a través de la ventana.  
En días así el sentimiento de melancolía parece invadir mi alma, incluso esa tristeza, se trasmite por cada rincón de mi casa. Todo tiene el color apagado del otoño, las paredes están recubiertas de una frialdad que solo se encuentra en mi interior.   Apenas siento deseos de salir de la cama, es un refugio en el que me encuentro protegida. Una vuelta más. No puedo conciliar de nuevo el sueño.   Pienso que una humeante y sabrosa taza de café me dará fuerza y con esa idea consigo salir de mi seguro escondite.
Mientras saboreo el  reconfortante café de mi viejo aparato de música sale el sonido de una  melodía que me trae buenos recuerdos. Con el piano de fondo los acordes de un clarinete van desmenuzando cada uno de los compases de la canción.
“El día que me quieras…”
Cada nota es como si me rozaran el alma haciendo posible que la diminuta lluvia que corre ahora por los cristales de mi ventana, parezcan como lagrimas desprendidas de los ojos de un amante. Los sones de esta canción (o quizás el café) me animan y decido salir a pasear comenzando el día a la orilla del mar que acaricia las rocas próximas al puerto. La espuma de las olas roza mis pies. Como si se tratara de un juego, ellas suben presurosas por lo escarpada orilla intentando alcanzarme sin conseguirlo, para mas tarde desaparecer por los resquicios que existen entre las piedras.
El mar hoy es de color gris. 


En estos momentos pienso, mientras camino en la soledad de esta mañana, como dice la letra de la canción: El día que me quieras, junto al azul del cielo (...)
Han sido tantas las personas que caminaron por esta misma orilla y se fueron en  busca de otros horizontes. Tantas las que  amaron y aman esta tierra, añorando en la distancia sus amaneceres y esas noches de luna llena. Todos conocen el brillo dorado del sol y saben del resplandor de ésta vieja amiga cuando su reflejo camina sobre las olas. Conocen el perfume penetrante de las algas y el sabor a sal que desprende el aire en el atardecer. Sienten tan profundamente su tierra, que me parece imposible dudar del amor que todos ellos experimentan por  este pueblo. El “adiós” solo puede significar un “hasta pronto”. 
Quizás enredado entre la espuma de las olas o la corriente, arrastre los sentimientos de tantos que ya no están aquí. Sus ilusiones trasformadas en estrellas de mar se columpien entre las algas, o  sus deseos de volver se extiendan como el olor a mar por cada rincón de este pueblo. Aunque más allá de la tierra están las personas y lo que dejan tras su deambular por las calles. Los sentimientos del reencuentro impregnan los jardines y las plazas, como si fueran recuerdos olvidados en un viejo baúl. Fotos de momentos felices, del hijo que hace tiempo se marchó y del que no se sabe nada. Obsequios traídos de lugares desconocidos. Todo ello se encuentra guardado entre las páginas del libro de la memoria. Siento junto a mí la presencia de alguien, me giro y... tan solo es el viento. El viento de levante que arrastra la arena y mis pensamientos llevándolos lejos a través de este ancho mar.
Y es que hoy el viento es gris.  

Hoy me debo mantener fiel a este relato y descripción de la gente de mi pueblo, sin lirismo, ni omisiones. Sin olvidarme de personas como Inmaculada la hija de la tía Concha, que un buen día se fue para no volver. O Ricardo que se siente extraño entre su gente cada vez que vuelve a pasar unos días junto a sus padres. Otros antes y después que ellos, se marcharon porque sentían la necesidad de descubrir nuevos mundos  mas allá de esta mar y esta tierra, pero sin olvidar el color de este cielo cuajado de azules, donde las gaviotas parecen saludar al extranjero, ya que  conocen perfectamente a los que somos del pueblo.
Mi gaviota… hoy es de un gris irisado.

-Sin querer de nuevo me he puesto triste.
Lo cierto es que... su graznido me saca de unos pensamientos demasiado melancólicos, mientras camino en solitario por la orilla de la playa que hoy me parece más ancha, más grande, más solitaria. En el horizonte la figura recortada de un pesquero intenta enfrentarse a las olas, sin más fuerza que la de su motor que ronronea con dificultad. Es golpeando una y otra vez en la quilla por el oleaje que intenta frenar su paso sin conseguirlo, navega en dirección al puerto donde refugiarse. Hoy el día no es bueno y los vientos, como feroces zarpas intentan arrebatar a los pescadores cuanto poseen; aparejos, barco, fuerza. En ocasiones estos hombres tienen que demostrar que la furia de los marineros puede ser tan brava como la misma naturaleza. Duros como el acero, inflexibles ante el temporal, luchan por conseguir salvar su barco, o sus vidas.
Frente al oleaje… el gris ceniciento de este trabajo.

Camino entre las calles desiertas junto al mar, contemplo cada una de las casas y  edificios que bordean la costa. Sus ventanas cerradas o entre abiertas parecen querer desperezarse con las primeras luces del nuevo día, aunque la vida esta en el interior de esos hogares, fuera, la soledad del amanecer. En esos momentos tengo la sensación de ser un poco dueña de éste lugar. El despertar del día es el momento donde todo está por estrenar, es cuando todo parece más real incluso transparente.
-Me  pregunto si los amaneceres pueden tener dueño ¿y el aire? ¿Y el mar? Si fuese así, nada de cuanto contemplo podría decir que es enteramente mío. De cuanto ven mis ojos, siente mi piel o respiro, tendría que ceder una parte a los que se marcharon para descubrir otras auroras, dejando aquí los recuerdos y nostalgias que en un día gris empapen los ánimos como si fueran perfumes.
Y es que hoy el alba… es de un gris plomizo.

Ahí quien se llevó guardado entre sus pertenecías los momentos de la infancia cuando en la plaza frente a la iglesia, corrían los muchachos tras la banda de música, que ofrecía su sonsonete en los días de fiesta.   Los habrá que guarden los recuerdos en forma de fotos amarillentas.   Otros en su equipaje se llevaron los instantes más íntimos, aquellos que a escondidas vivieron con su pareja. Mientras los amigos entonaban canciones que hoy han llegado a recorrer medio mundo. Tierra de rumor a habaneras, de calor en forma de rayos de sol y frescura de muchacha con sonrisa cautivadora.   Aquí,  la nostalgia tiene forma de cuna mecida con el compás del tres por cuatro. Los recuerdos poseen nombre de mujer. La añoranza se confunde con el horizonte lejano donde se descubre tras el oleaje, quizás el barco donde él  (moreno y con piel quemada por el sol)  fue en busca de fortuna.  
Placer y canción entre el gris nebuloso de la memoria. 

Ella se encuentra a mi lado. Hoy como ayer sigue en su viejo banco frente al mar. Sin turbarse sigue esperando.  Pasa el tiempo pero no deja de mirar el horizonte, tras el cual desapareció hace una eternidad, un barco con un marino, dejándola sola frente al amanecer.   
 La mirada perdida en el vacío, el cabello rozando su hombro, y en el semblante la esperanza de ver aparecer aquel navío que le devuelva al hombre que se marcho. Bella como un día de primavera, esbelta a la vez que  melancólica y en su cuerpo, el sabor a mar. En el pueblo todos la conocen... y saben su historia.
- ¿Qué misterio esconde?
- Ninguno o quizás su nombre... pronunciado en voz baja ¡Lola!

Hoy las olas traen hasta ella el sonido de una de esas viejas melodías:


No dudes nunca
Que yo te quiero
Y por ti muero
Lejos de ti;
Duda del cielo
Y de la tierra,
Duda de todo
Menos de mí.

Como siempre,  erguida y con una leve sonrisa en la comisura de sus labios, la bella Lola contempla desde su banco el horizonte.
 El gris plateado de este amanecer la saluda.






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