Una mirada que provoca… el acercamiento
El primer acontecimiento
importante, tras el nacimiento de un recién nacido, es que este contemple la
cara de su madre. La experiencia de esa primera mirada perdida, puede ser,
precisamente, el comienzo de un largo camino.
A partir de ese momento la
vida familiar puede empezar a complicarse. El descubrimiento del Síndrome de Down
en Pablo, Carmen, Luis… y tantos otros ¡qué más da el nombre! es el
camino de la estimulación temprana, un camino que está rodeado de
fisioterapias, de pruebas beneficiosa y a la vez demoledoras psicológicamente
para el niño y la familia.
La mezcla de sentimientos y
actitudes, llegan a ser el punto en el que gira la vida familiar. A esto se une
en ocasiones el distanciamiento de las amistades, la renuncia o dificultad para
cumplir con el horario laboral, las diferencias entre los padres a la hora de efectuar
el tratamiento de su hijo. Y es que la realidad de tener un hijo con alguna
discapacidad puede llevar incluso, a no poder demostrar los sentimientos que se
experimenta cuando esa mirada… una mirada perdida, es inspiradora de un
torbellino de emociones como el de desear abrazarle, sonreírle, acariciarle... recibiendo muy poco a cambio.
En ese instante
los padres, a pesar de todo, han de apoyarse en la constancia. Y claro está,
aprender a ser padres de un niño tan
especial como el que mira con mirada donde dice cuanto os necesita. Necesita
que sus padres conozcan su discapacidad, aceptando esa diferencia, dando la
mano a quien precisa ser ayudando a vencer esa situación. De igual forma que
necesita que los demás, posean una educación en valores, fomentando la empatia,
que no es más que la capacidad de ponerse en su lugar, alcanzando a comprender
lo que él siente, contemplando el mundo desde su punto de vista. De forma que poco
a poco, ese niño –ahora ya un muchacho- sienta interés por el mundo que le
rodea. En ocasiones muestra su optimismo y alegría, tal vez, con frases como:
- “Realmente, soy un niño
afortunado al tener tanta gente que me ayuda”.
La integración con niños
con Síndrome
de Down puede ser complicada. Pero… ¿en algún momento nosotros
nos hemos puesto en su lugar? ¿Ampliamos nuestra realidad para que ellos tengan
cabida?
Cuando el pasado 21 de
marzo se celebró el 12º aniversario del Día Mundial del Síndrome de Down, el
lema era: “Mi voz, mi Comunidad” las personas con síndrome de Down tenemos que
facilitar el que puedan expresarse, ser escuchados, influir en las políticas y
acciones del gobierno para que se integren plenamente. Sin darnos cuenta, en
algunos casos, a estas personas se las relega por la falta de dos valores
excesivamente potenciados: la carencia de inteligencia y la falta de belleza
física. Sólo que el ser humano es mucho más: son emociones, sentimientos,
necesidades. Y precisamente la escala de valores de una persona con síndrome de
Down está muy cerca de ese mundo de los sentimientos. Si nos fijamos, ellos nos
ayudan a reflexionar sobre las cosas importantes, con una de sus miradas. Luis,
Carmen, Pablo, Paco... y tantos otros; nos ofrecen la oportunidad de ver el
mundo de distinta forma, y es entonces cuando dejan de tener importancia esas
cosas que llamamos “importantes”. De hecho, es fácil unir los dos mundos, está
en la forma de mirar a quien parece decirnos…
- “Acércate podemos sonreír
juntos”

