EL 2 DE MAYO EN TORREVIEJA


Hoy cuando abro mi ventana, y tras varios días de justo descanso, me gustaría hablarles de ese perfil que ofrece Torrevieja desde el mar. Se habrán dado cuenta que existe ciudades que desde la distancia ofrecen el perfil de sus  campanarios de conventos, campanarios barrocos que van apuntando al cielo. 
Al cielo de Torrevieja, tan limpio, tan generoso; apuntan torres con cientos de ventanas, que a manera de ojos, observan cuanto sucede  a sus plantas. Sí, esas torres recortadas sobre la misma orilla, cuando se las contempla desde la bahía, no se perfilan como torres de rezos y campanas, pero ellas marcan hoy el perfil del aire de la ciudad. 
Sin embargo la que es señal y limite en su cielo es La Torre del Moro, vigía en otro tiempo de grandes desembarcos. Una torre levantada para lo que Torrevieja lleva haciendo desde su creación: ver los barcos venir. Desde el auge habanero a los viajes a las colonias, hasta las idas y venidas con cargamentos de sal, esta torre marcó el camino a los navíos. Hoy no son bergantines, hoy son yates de recreo los que llegan a la bocana del puerto, que a manera de brazos maternales, ofrece su regazo como bienvenida. 
Y en el atardecer, desde el muelle de levante que se ofrece como balcón al mar, se aprecia, los cientos de mástiles de los barcos atracados en el puerto, como “alameda” marina. Esos mástiles se elevan al cielo para saludar al caer la tarde, los millones de estrellas que se pierden en el mar. Al observarlos surge la pregunta: ¿Qué es Torrevieja? ¿La novia de esos vientos que llegan de Levante, la Lola que espera a quien se marchó a tierras lejanas? ¿La del turismo, la de la Inmaculada, la de las habaneras cantadas en la noche? 
Y desde es ese mirador-bacón, en forma de muelle, se puede ver que es mucho más. Es el Pueblo-Ciudad que posee un sabor añejo capaz de fusionarse con la ciudad que es comienzo de grandes objetivos. Es compañía para el solitario y hermana de quien se siente mediterráneo. 
Torrevieja es como una ciudad de la antigua Roma de donde parten cientos de caminos y a donde llegan aquellos que desean descansar tras el temporal. El torrevejense sabe, que el mundo, puede coger entre los cuatro costados de la ciudad. Y como tierra de marinos, su gente percibe que cuanto hay más allá, en el horizonte, es un sueño alcanzable. 
Y es que aquí no se conocen murallas, ni distancia. Tanto es así que se pasó de puntillas por la Edad Media para zambullirnos en la Edad del Turismo. Y del casi inexistente sustrato burgués, queda el protagonismo de la sociedad. Una ciudad actual, con torres civiles para el comercio, balcones al mar, y entresuelos para los escribientes de las cuentas de los euros. 
Otras ciudades costeras ofrecen la historia envuelta en  celofán; Torrevieja en cambio, se entrega al visitante con una puerta constantemente abierta para el que desee aceptar la tan apreciada amistad.

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