EL GALÁN AGOSTEÑO
Estoy como usted: con un pie en
el estribo del veraneo. Veraneo... ¡Qué palabra maravillosa! Pero, tranquilos,
tranquilos, que no me voy, como dice la canción. Solo que el verano no da para
hablar de cuestiones preñadas de aburrimiento. Hagamos, pues, lo que en el
lenguaje del toreo se dice limpieza de corrales.
¿De que voy ha hablar? Nada de la ordinariez de escribir en estos
días de calor sofocante, de política o políticos, que ya se sabe que hasta en
las flores hay clases ¿o no se han
fijado que como nosotros, las flores las hay pobretonas y con glamur? Sí, están
las ricas, que tiene hasta empresas de publicidad. En primavera ¿quién le lleva
la campaña al azahar y las rosas? Flores de fiestas de boda. Y las magnolias,
¿quién les asesora en su imagen? Y que decir de los claveles, que hasta le
dedican canciones. O el prestigio literario de las jacarandas, moradas flores del
sentimiento.
Pero nadie elogia ni dedica una mirada a ese pobre que
desde la esquina, o desde una vieja casa en ruinas intenta saltar la tapia del
olvido infantil de las noches agosteñas, con música de fondo de grillos y
recuerdos de cines de verano. Como gran caballero “el galán de noche” más
veraniego que un carrito de helados, nos ofrece sus flores estrelladas en
ramillete. De sus colores elementales, blanco y amarillo, salen las
combinaciones y mutaciones, en exacto cumplimiento con las leyes genéticas. Así
sucede con la herencia de los humildes, abandonados y despreciados “galanes de
noche” que en sus pétalos se adivina la metáfora del verano. Flor sencilla con
la que nadie hizo un ramo para su amor. El galán de noche sabe cuándo tiene que
llegar, y cuándo irse: de San Pedro a San Miguel. Su esplendor dura lo que los
antiguos veraneos de criadas con delantal y cestas de mimbre para la merienda
de los niños. Se abre con el atardecer y se cierra con las claras del día. Como
la discoteca o el refinado bar de copas. “El galán de noche” cobra plus de
nocturnidad en la breve belleza de sus flores con la fragancia de sus colores.
- Seguís abiertos en mi memoria, efímeros “galanes de la
noche” con vuestros gritos de color junto a las tapias de aquellos patios antiguos.
No os cerraréis, ruborizados, si revelo para vuestro prestigio el máximo
secreto poético del verano: Cuando llega agosto y se pone el sol, cada “galán”
tiene un amor imposible con una dama altiva que lo desprecia porque no tiene la
fortuna del azahar o el jazmín. Y con las claras del día, ojeroso, no se cierra:
se esconde, para que nadie vea llorar a un hombre por un amor desgraciado.
¿Cómo voy a escribir de política, si al oscurecer llegara… “el
galán de noche”?

