CARPINTERO Y PADRE
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Hoy abro la ventana con la intención de felicitar a
una persona que como padre, tiene el mejor oficio, levantar y formar a su hijo.
A pocos días de la celebración de la festividad de San José y aunque presumimos de ser una sociedad
laica, comprobamos como existe en la vida pública más fervor religioso del que
pensamos, ya que, el que más y el que menos, se ve inmerso en ese puente, que
gracias a San
José, un santo con perfil familiar, nos llega para nuestro descanso. Pero San
José siempre ha sido ese Padre trabajador que lleva sobre su brazo al Niño,
simbolizando la confianza y la humildad. Esta celebración, en el interior de la
Cuaresma, ayuda a encontrar un modelo de respuesta generosa. Se trata del "carpintero" padre sencillo, de vida común y
cotidiana.
No hay que ir demasiado lejos para encontrar esa
figura. Si hiciéramos un viaje por el carril de la memoria, podríamos llegar a esa
casa donde vivimos tiempo atrás cuando éramos nosotros los hijos. A nuestro
lado la gran figura del padre que solía llamar nuestra atención cuando nos
equivocábamos, o te felicitaba si en tus quehaceres diarios lo hacías bien.
Pero el San José de nuestra historia sigue presente
en el retablo de la Parroquia de la Inmaculada, presidiendo junto a la Patrona,
la Inmaculada Concepción, nuestra ciudad desde ese lugar privilegiado. Y frente
a ambos la mar,
que siempre ha ofrecido trabajo en los momentos difíciles. Algo que sabe muy
bien la Torrevieja de antaño, cuando los hombres iban a la pesca, dando origen
a una serie de oficios complementarios. Entre ellos el de carpintero, que aquí
eran los carpinteros de ribera o calafates. Con la construcción, mantenimiento
y reparación de embarcaciones, llegaron los talleres de carpintería, que
invadieron incluso algún que otro patio de las casas de antes. Se trataba de
oficios de carácter artesanal y familiar. Han sido los carpinteros de ribera
los que han trabajado durante décadas a orillas de la mar en todo el litoral
mediterráneo. No eran pescadores o marinos, pero conocían muy bien a esa mar a
la que tenían como compañera. Su faena -como ellos lo llamaban- era mucho más
profesional y menos romántica. Se podía ver como el carpintero, tras el duro
trabajo, secaba el sudor de su frente mientras aspiraba el aroma a brea que
envolvía el aire de la tarde.
Hoy, atrás queda la imagen de aquel hombre que en su
trabajo daba vida a una ilusión, al tiempo que sus manos, como las de un
cirujano, amputaba al tiempo que construía la nave. Los Calafates siempre
vivieron entre el olor a alquitrán y el sonido rítmico del martillo, que golpea
los clavos que se incrustan en la quilla y la roda. Sus manos parecían formar
parte de los baos o de las cuadernas.
Carpintero y padre, de nuevo José disfruta en compañía de su hijo.
!!A TODOS LOS PADRES FELICIDADES!!
