¡Barato... lo tengo barato!
¡Barato... lo tengo barato!
Publicado en Vista Alegre agosto 2008
Como si se tratara del grito de
tregua ante una economía maltrecha, del interior de uno de los puestos sale la
llamada: ¡a dos euros! ¡Chica lo tengo barato!.
En el mercadillo y rodeada de mil
puestos intento con curiosidad descubrir quien ha sido. Miro a un lado y otro
sin poder adivinar quien dio esa voz. Todos ofrecen sus artículos insistiendo
¡compra barato!. En realidad poco importa quien gritó primero. Sigo caminado
entre los puestos que se suceden unos a otros tan unidos que es imposible
diferenciarlos a no ser por la mercancía que muestran. Aquí unas toallas allí
unos zapatos. Cuelgan como jamones los bolsos. Lucen resplandecientes las
patatas. Bragas, alfombras y embutidos forman parte de este mundo donde lo
importante es el comprador. En el mercadillo cada viernes se vende artículos nuevos o usados a buen
precio. Aquí todo se vende. No se deja de gritar al posible
comprador ¡barato! ¡Todo barato!. Se vende desde una muñeca de plástico a la
ilusión por acabar los días sentado al sol rodeado de nietos. Comienza a
notarse como la temperatura se eleva lentamente, contribuyendo a embrollar o
anestesiar al posible comprador. Al tiempo que una amalgama de olores confunde
los sentidos. Lentamente la gente va incorporándose por las distintas calles
que forman los puestos del mercadillo más extenso de la zona de la Vega Baja.
¡Sí guapa, lo vendo todo!. En el gran carrusel, los colores toman las formas de
los artículos ¿o es al contrario? ¡Que importa!. Durante una mañana en ese gran
calidoscopio que es el mercado de Torrevieja se puede ser cuanto uno desee:
¡joven! ¡Señora! ¡Guapo! ¡Caballero! ¡Payo!. No es posible imaginar Torrevieja
sin la presencia semanal de este mercadillo de los viernes que recorre calles
como San Pascual, Diego Ramírez, Maestro F. Casanovas y otras, como si fuese
una gran serpiente multicolor. En todas ellas inevitablemente se escucha la
cantinela ¡Barato... lo tengo barato!. Al llegar aquí poco importa quien pueda
ser uno. Ni de donde viene o hacia donde va. Importa lo que pueda comprar. Se
regatea. Discute. Aquel pregunta sin comprar. Otro insiste y al final muy
satisfecho consigue la mercancía a buen precio. Al fin, y una vez más, el
vendedor pagará la cena con la “amabilidad” de ese cliente. Pero hoy me falta
un puesto. Ese puesto donde comprar la sensatez y la cordura. Nadie ofrece a
buen precio la felicidad. Ni hay un tenderete donde conseguir la sencillez de
una sonrisa. Sí, se compra todo. No así el alivio contra el desaliento. Simples
emociones que llenen los bolsillos de los decepcionados, el corazón de los
entristecidos. Pienso que quizás eso forme parte de otro mercado. Mientras dejó
atrás los puestos, se escucha lejos ¡Barato joven, se vende barato!