Semana Santa
Publicado en abril 2010
La Semana Santa deja el olor a incienso en las calles de
Torrevieja.
Podemos sentir
un año más que se ha vivido ese fenómeno humano que representa la Semana de Pasión como
metáfora de la vida. Las imágenes acompañadas por un revuelo de capirotes y
mantillas, caminan junto al sonido estridente de las cornetas y a hombros de los
costaleros, envueltas en la luz de las velas. En ese momento el forastero ve lo
que desea. Aunque es la huella de los pies descalzos, de tantos sentimientos,
donde surge la senda del Evangelio.
Entonces sale
la pregunta: ¿existe la fe en todo ello?
¡Por supuesto!
aunque nada de esto es original. En cualquier pueblo o ciudad, el ardor popular
muestra la generosidad, lo apasionado del carácter que se transforma en espontaneidad.
Mientras la bondad se viste con los colores de la Verdad Cristiana:
La Hermandad.
No descubro nada si afirmo que en la Semana Santa surgen muchas
lecturas, y en todas ellas está la emoción. El comienzo de todo ello nace con
el enamoramiento popular hacia los cristos y las vírgenes.
Precisamente hace 25 años, que Ella va procesionando –o
caminado- por las calles de Torrevieja, transformando la emoción en su nombre
“Esperanza” y “Paz” en alegría de domingo de Resurrección. Es en la estética de
esos nombres donde se representa el fenómeno de las procesiones. Y envolviendo
todo ello el dolor de una Madre como mediadora de la salvación.
Semana Santa, tiempo de contrastes. Donde se une la
devoción y la elegancia, el romanticismo y la melancolía. Es necesario estar
preparado para experimentar, sin agobios, la Semana Santa que en
Torrevieja va adquiriendo más esplendor. Independientemente de quienes sean o
de donde vengan aquellos que nos visitan, es necesario explicar algo muy
sencillo: La Semana Santa en Torrevieja no puede ser una
experiencia sin más.
Teniendo en cuenta el gran entramado social y
cultural, el “respeto” de la gente ante los desfiles procesionales -creyentes o
no- debe ser necesario. Es la estética de la Pasión
abierta a todos. Y es patrimonio de quien la contempla. Sentimientos que en su día dejaron
plasmados los escultores en ese dulce rostro de María. Es fascinación en su mirada
indescifrable. Es la hermosura de un rostro cuyas lágrimas la acerca a quien la
mira. Es la Esperanza.
Aún así, al visitante se le puede hacer difícil
comprender que todo ello se transforme en alegría al llegar el domingo de
Resurrección. La respuesta es sencilla: No se trata de una puesta en escena.
Durante una semana la ciudad entera ha caminado entre cirios y varales, entre el
sudor y la fatiga con la cruz acuesta. Sobre los hombros de los costaleros va,
nuestra propia vida y muerte. En todo momento unidos a Él… y a Ella. Es la
apuesta por nuestro ser... y es el misterio de la devoción.