Otoño en La Mata
Publicado en 4 de septiembre 2008
Es sabido que el tiempo
otoñal es el más proclive a las reflexiones. Incluso el sol que hasta hoy
servía de compañero en las horas del baño, ahora ofrece su calor como aderezo a
las Fiestas de la Pedanía de Torrelamata, de forma que se pueda cumplir con el
programa organizado. Un sol que es vigía de esos hombres y mujeres que caminan
por las calles de lo que fue origen de una ciudad como Torrevieja. Gentes de
ayer y hoy. Pueblo costero que desde sus comienzos simulaba estar amarrado a puerto
dispuesto para salir a navegar. En
Torrelamata aun los días de fiestas son días de encuentros familiares. El
espíritu de las familias que conformaron el original del pueblo sigue estando
aquí. En las historias miniaturizadas en la oscuridad excitante y acogedora de
los álbumes de fotos, donde la realidad aparece en color sepia. Así Torrelamata
guarda su memoria colectiva. En un pasado que los une con la devoción a María,
en la advocación de la Virgen del Rosario. Así llega el mes de octubre
con una celebración de profunda tradición.
Pero aquel pequeño pueblo de
casas bajas ha crecido. Como crecen los árboles, hacia lo lato, perfilando su
silueta en la lejanía, extendiendo sus raíces hasta prolongarse por lomas y
dunas. Brotando aquí y allá la semilla de la construcción en forma de
edificios.
A su alrededor las pequeñas plazas donde crecen árboles tan
distinguidos como las antiguas casonas del siglo pasado. Y lo mismo que en
cualquier pueblo, son los mayores quienes guardan en su mente los recuerdos de
esa época, cuando La Mata (ó Torrelamata que para el caso es lo mismo), veía en
las fiestas la oportunidad para compartir unos días de hermanamiento. Buenos
momentos para el descanso y la alegría. Días en los que se cambiaba el duro
trabajo en el campo o en la mar, por el traje planchado y el reencuentro con
los amigos. Marineros y campesinos de piel quemada y espalda encorvada. Y al
fondo las salinas. Ni mar, ni tierra. Allí se recogían cosechas de cristalina
sal, labrando surcos en el lago donde el sol quemaba el espíritu, mientras la
sal se incrustaba en el ánimo de los salineros. Tiempos donde los niños
llevaban a pastar a las cabras por el campo, y las jóvenes hacían bolillos a la
puerta de la casa. Pero al llegar el 7 de octubre, todo era fiesta. De esa
Torrelamata queda la suave brisa que
acariciaba a los que se tumbaba a la hora de la siesta bajo una higuera. Nos
queda el sol que se niega a abandonar esta tierra. Y queda esa mar que besa la
arena. Y Ella. La imagen de una Madre, siempre presente en la vida de sus
vecinos. Eternamente paciente. Sujetando, frente a cualquier temporal a sus
hijos, a los que espera tras alcanzar la última singladura.
